jueves, 23 de septiembre de 2010

OLGA, LA INTRÉPIDA


Olga es amiga, militante de la no violencia, enteramente entregada a la causa de los oprimidos. Por mucho tiempo ha sido perseguida por las fuerzas de extrema derecha de su país y despreciada por la Iglesia del poder. Hablaba poco del Evangelio; sin embargo era la inspiración profunda de su actuar. Tuve el inmenso privilegio de caminar a su lado en esa época en que yo intentaba ser una Buena Noticia para los empobrecidos de un pueblo indígena del Noroeste Argentino. Aprendí mucho de ella.

Los 300 desaparecidos de Ledesma

Estamos en la Argentina. Ella se llama Olga y tiene 74 años de edad. Desde hace 27 años, lleva sola una lucha sin descanso contra Ledesma, el mayor imperio azucarero privado de América.

En 1976, conchabada con la dictadura militar de Rafael Videla, esa empresa - que es como un Estado dentro del Estado - hace "desaparecer" a más de 300 personas, estimándolas como una seria amenaza para sus intereses. Porque promover los derechos más elementales de los humildes trabajadores de una empresa como la de Ledesma representa efectivamente un peligro bien grande… Estas personas, por lo tanto, volverán a la luz del día al cabo de diez años de bajada a los infiernos. 30 de ellas, sin embargo, no volverán nunca. Entre ellas, Luis Aredez, médico pediatra, padre de cuatro hijos, marido de Olga.

El Dr. Aredez

En su trabajo con los más pobres, el Dr. Aredez queda espantado por el estado avanzado de desnutrición y de total abandono de un enorme número de niños de los zafreros y otros trabajadores de la empresa. Elegido intendente de Ledesma en 1976, lanza enseguida un programa para enderezar esa situación escandalosa. Pero, para financiar el proyecto, al flamante intendente no se le ocurre mejor idea que cobrarle un impuesto mínimo a la compañía azucarera. Semejante atrevimiento jamás se había visto en toda la historia de la municipalidad, porque legalmente la empresa es dueña del pueblo y es como la madre de los que trabajan para ella. Ingratitud y desacato fueron los crímenes del Dr. Aredez. Inmediatamente es fichado de comunista y, sin otro juicio, pasa a ser uno más de los 30.000 desaparecidos de Argentina.

Sola frente a Goliat

Tapándose la cabeza con el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo, y sin otra arma que un cartel que lleva las fotos de su marido y de los otros 30 desaparecidos de su ciudad, Olga Aredez emprende entonces su larga marcha contra el "imperio" Ledesma. Y también en contra de todo cuanto se le asemeja en el mundo. Con una dignidad de estatua griega y una pasión sin límites por la verdad y la justicia, reclama que la luz se haga sobre las desapariciones de su marido y de los otros. Pide que los culpables, que son bien conocidos en el medio y que en toda libertad se la pasan linda gracias a jugosas pensiones del Estado, sean llevados a los tribunales y reciban los castigos contemplados por la ley.

Pero, aterrorizados por el "imperio" azucarero, los habitantes de Ledesma quedan encerrados en sus casas y dejan a Olga completamente sola en la lucha. Ella, lejos de desanimarse, cada jueves que esté en el pueblo, y a la misma hora, hace su ronda de protesta pacífica por la plaza; a veces un perro vago se arriesga a acompañarla. Al mismo tiempo que entre amenazas, insultos y toda clase de acosos se gana la vida como odontóloga, se la ve caminando en el barro de los barrios populares para acompañar a la gente de la base, participando de sus organizaciones, asesorándola, apoyando en particular a los desocupados y a las comunidades indígenas. Se la ve en las escuelas haciendo descubrir a los jóvenes la verdadera historia de su pueblo y abriéndoles la mente a valores distintos de los que el sistema les vende. No se pierde tampoco un solo foro social internacional del altermundialismo. Allí donde se lucha por los Derechos y la dignidad de la persona humana y se reflexiona sobre cómo parir un mundo que sea viable para las mujeres, los indígenas, los desocupados y todo cuanto hay de marginados bajo el cielo, allí está Olga.

El "bagazo"

El "bagazo" es el bacilo de la caña de azúcar que, día y noche y desde hace más de un siglo, las chimeneas del “imperio” escupen sobre Ledesma. No se cuentan las víctimas de esa contaminación que siempre ha sido denegada por la empresa y por los médicos contratados por ella. Por más que Olga se desviva para que se pongan filtros a las chimeneas asesinas, nada le hace, y ahora le toca a ella sufrir en carne propia las consecuencias de tan cruel insensibilidad. En julio de 2003, en una de las mejores clínicas de Córdoba se le diagnostica la presencia en los pulmones de un tumor provocado por el bagazo. Una muy delicada operación se impone sin demora, pero, como el corazón da señales de socorro, la operación se posterga. Unos días en terapia intensiva parecen haber restablecido las condiciones para pasar a la operación, pero Olga tiene otros planes y decide dejar el hospital. La está esperando en Ledesma una cita sagrada que por nada en el mundo se va a perder. Los médicos y familiares ponen el grito en el cielo, hablan de suicidio, intentan por todos los medios disuadirla, pero Olga ya está en el camino de vuelta a la ciudad del bagazo. En ese lugar hace un calor como en ninguna otra parte del mundo, y sin embargo, a la cabeza de 3.000 manifestantes venidos de los cuatro ángulos del país para conmemorar con ella la siniestra Noche de los Apagones en que la empresa azucarera hizo desaparecer a su marido y a más de otras 300 personas, Olga recorre a pie 14 Km. Al final de la marcha, como cada año desde hace más de 20 años, ella misma anima por la tarde un congreso popular sobre los Derechos Humanos.

A cuatro patas

Que ese esfuerzo sobrehumano no la haya matado es un milagro, pero nadie piensa que haya ayudado a mejorarle la salud. Olga lo sabe y se apresura en hacer la valija para volver al hospital de Córdoba. Está por salir cuando se entera de que, en ese mismo día, el nuevo Presidente del país va a llegar a Jujuy para una visita relámpago. Olga se olvida enseguida del hospital, salta en su coche y a toda velocidad se dirige a 200 Km. de Ledesma para ir a encontrarse con el Presidente y entregarle una nota en manos propias. Otras cuatro Madres de Plaza de Mayo la acompañan. Pero en la ruta, a 4 Km. del lugar adonde el Presidente debe desembarcar, la policía no deja pasar los autos. Es una medida de seguridad que no admite excepciones. Olga lo entiende. Como no tiene un segundo que perder, agarra de la mano a la mejor caminadora de entre sus compañeras y se lanza a pie hacia su meta mientras el mercurio pasa de los 30º C.

Al llegar cerca del edificio donde el Presidente está por llegar, Olga se topa con una muchedumbre compacta que le impide avanzar. En el bullicio pierde a su compañera. No se detiene por ello y mal que mal se abre paso a codazos. Unos nostálgicos de la dictadura que han divisado su pañuelo blanco, la inundan de injurias. Como lo han hecho durante 27 años, le gritan de todo: ¡"Loca!" ¡Comunista! ¡Traidora a la patria! ¡Vendida!"…

Curtida contra los insultos, Olga no hace caso y forcejea aún más para llegar hasta la casa. Pero de pronto choca con un cordón de policías armados hasta los dientes que le oponen una verdadera muralla. Ella les suplica que la dejen pasar, pero la muralla no se mueve. Entonces, sin más rodeos, Olga se tira al suelo y como un perrito se cuela entre las botas de los guardias, pegando gritos de muerte. La misma muchedumbre se asusta. De pronto Olga reconoce a un Ministro sobre la tribuna y lo llama por su nombre. El ministro sorprendido la reconoce también y va a correr en su ayuda cuando aparece el Presidente. El Ministro le susurra una palabra al oído y es el Presidente quien acude hacia Olga, la ayuda a levantarse, la abraza y le dice: “Quédese tranquila, señora, soy uno de ustedes”.

Se imaginarán la emoción. En lágrimas Olga entrega su famosa nota en que le pide al Presidente que autorice el acceso público a los archivos de la represión en la Provincia de Jujuy durante la última Dictadura, y además, que reclame de Estados Unidos o de Panamá la extradición inmediata del prófugo ex Comisario Ernesto Haig, que, en esa época, fue uno de los peores asesinos de la Provincia. El Presidente promete encargarse personalmente de ese asunto, anima a Olga a seguir su combate para que la memoria no se pierda nunca, y le asegura que, desde ya, las puertas de la Casa Presidencial están abiertas para ella.

(No puedo dejar de mencionarlo, esa anécdota me recuerda a aquella mujer cananea que a gritos logra acercarse a Jesús, se tira a sus pies y, para arrancarle el favor que quería de él, le dice con una sencillez desarmante: “También los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”… Mt 15, 21-28).

El sol de noche

En Buenos Aires, algunos días después de este acontecimiento, se estrena un documental sobre Olga. Tiene como título: "Sol de noche". Dicho sol es ella naturalmente, pero Olga no está allí en esa noche de estreno. Acaba de internarse otra vez en el hospital. Su estado es de lo más grave. Los médicos dudan. Se cree que el fin se acerca. Por unos interminables días la vida y la muerte libran en Olga una verdadera batalla. Pero, sorpresivamente, de a poco la vida logra ventaja y, de pronto, se estima que se puede arriesgar la operación. Antes de pasar al acto, el cirujano le pregunta a Olga qué piensa hacer si logra salir de ese trance. Ella le contesta con picardía: "Voy a seguir peleando al lado de los desocupados". El médico sonríe, persuadido de que ese mal no tiene remedio.

La operación es un éxito. Olga sorprende a todo el mundo saliendo de terapia intensiva seis días antes de lo previsto y acortando de dos semanas su estadía en el hospital.

Lo peor ha sido evitado. Pero por el momento solamente, porque el tumor se ha revelado canceroso.

No importa. Luego de una convalecencia sin problemas, Olga vuelve a sus actividades como si nada.

Final o comienzo

Pero, al cabo de un año y medio, el cáncer se reactiva. No hay más esperanza. 27 años de lucha contra viento y marea, en soledad y en solidaridad y con una fe inquebrantable en lo imposible, han llegado a su término. Olga entra en la eternidad con toda su belleza de estatua griega, llevando en su corazón la carta de toda una vida convertida en su solo grito por la verdad y la justicia y por la liberación de todos los oprimidos del mundo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

“JUANA LA LOCA”


Juana Pavón no es más que piel y huesos. Ha perdido la mitad de sus dientes, ha sufrido un cáncer del colon que la obliga a llevar una bolsa y, últimamente, se quebró una pierna en dos pedazos. Una vida dolorosa hasta el horror ha dejado profundas cicatrices en su cuerpo destruido. A pesar de todo, Juana conoció la popularidad y hasta la gloria, y ciertamente alguna felicidad. Porque por naturaleza es alegre, aunque cuando ríe da la impresión de llorar y cuando llora parece estar riéndose. Es poeta y conocida sobre todo por su seudónimo literario “Juana la Loca”. Sus poemas son crudos, de una veracidad que le gana muchos enemigos pero también incontables admiradores.

En Tegucigalpa, la capital de Honduras, se llevó a cabo el acontecimiento mundano del año durante el cual fueron otorgadas a personalidades de diferentes sectores del quehacer social y cultural del país condecoraciones fuertemente codiciadas. Ese año el premio de poesía, recientemente creado, le fue otorgado a Juana. En la misma oportunidad, el premio de la elegancia fue conferido a la esposa de un antiguo presidente del país, reconocidamente corrupto. Juana pronunció un pequeño discurso de agradecimiento ante unas dos mil personas entre las que se encontraba la gente más encopetada del país. Así habló:”Yo no soy un ícono de la moda. La ropa que llevo, si no me la regalan, la compro en un baratillo. Igual que yo, la ex primera dama del país acaba de ser premiada, pero algo importante nos diferencia. Con lo que ella paga por un solo vestido yo podría alimentarme por lo menos dos años. Este premio que me ha sido otorgado lo dedico a los enfermos de Honduras que mueren en los hospitales por falta de medicamentos. Lo dedico a mi pueblo y a mi país que, en estos momentos, están más enfermos que nunca por culpa de los gobernantes que elegimos esperando que acaben con nuestra miseria, pero que la llevaron más bien a nuevos picos, al revelarse aún más corruptos que todos sus predecesores”.

Para terminar declamó nuevamente su famoso poema “Juana la Loca que desató como siempre la indignación de algunos y el entusiasmo de la mayoría. En ese poema ella confiesa que es simplemente loca porque ama la libertad y la verdad. Loca porque todas las mañanas reinicia una misma lucha contra la tentación de terminar con esa vida que le niega toda esperanza. Loca porque derrama océanos de ternura hacia los que ella ama. Y loca porque no deja de perdonar a todos los que han enlodado su corazón de niña y la han impedido vivir con dignidad…

¿Tan loca la Juana?

De las como ella Jesús dijo alguna vez: “Os precederán en el Reino de Dios” (Mt, 21, 31).

domingo, 25 de abril de 2010

DAMIANA PROFETISA



Esta anécdota se refiere a un hecho real ocurrido en febrero de 1989 en un pueblo de la Quebrada de Humahuaca, Provincia de Jujuy, Argentina.

Hoy es fiesta patronal en Maimará. La iglesia está repleta. Aún por fuera, la gente desborda hasta la plaza. El obispo termina la misa con la bendición Pero antes de que la solemne procesión en homenaje a la santa patrona se ponga en marcha, el pastor de la diócesis empuña su báculo y lanza un vibrante llamado a la comunión, al amor fraterno y a la unidad alrededor de su persona.

Es que ese buen señor estaba a la sazón muy cuestionado. Se le reprochaba haber sacado al párroco de ese lugar porque éste se había hecho culpable del crimen abominable de solidarizarse en forma espectacular con las Madres de Plaza de Mayo y la causa de los Desaparecidos de la dictadura.

Damiana, 53 años, indígena pura, petiza, analfabeta, madre de ocho hijos, pastora de tres ovejas y labriega de una pequeña parcela de terreno arrendada con gran sacrificio, se desliza entre la gente hasta llegar al altar y con voz respetuosa pero firme, interrumpe la piadosa arenga del obispo: “Que el señor Obispo me perdone, pero tengo algo que decirle. Usted nos pide amarnos y mantenernos unidos a usted porque usted es nuestro gran Pastor. Yo soy pastora, amo a mis ovejas y cuido a cada una de ellas. Pero ¿acaso usted ama al sacerdote que nosotros teníamos? Usted nos lo quitó y lo trató como a un perro. ¿Qué mal había hecho? Él nos amó. Él era uno de nosotros. Nos trajo la palabra de Jesús que no conocíamos. Tomó la defensa de los pobres. Nos devolvió nuestra dignidad. Él ha defendido nuestros derechos indígenas. Se ha jugado por la justicia y los derechos humanos. Defendió la causa de miles de personas que la dictadura militar hizo desaparecer. Pero usted, en lugar de apoyarlo, lo ha echado de nuestra parroquia. Y hasta ahora usted hace todo por mantenerlo alejado de nosotros. Usted nos predica el amor y la unidad y lo que hace es todo lo contrario. Yo no creo que usted haría un buen pastor para mis ovejas”.

Luego de estas palabras, Damiana se retiró lentamente sin bajar la cabeza. El obispo estaba rojo como su solideo. Pesaba sobre la multitud un silencio de muerte. Nadie osó contradecir a Damiana. Pero, aquel día, la procesión que se puso en marcha se parecía a...un entierro.

lunes, 29 de marzo de 2010

DORIS



Si a Moisés no se lo puede explicar sin la zarza ardiente, a Doris tampoco. La zarza de Doris es la pequeña comunidad de su barrio de Resistencia, en el Chaco argentino, donde la Palabra del Dios de la Biblia parece haber plantado su carpa. Del fuego de esa humilde zarza brota una chispa que cae en el corazón de Doris y se convierte pronto en llama.

Al ver a Doris chiflarse con la Biblia, su papá, socialista y ateo como Dios manda, casi se infarta. De ahora en adelante, lo único que cuenta para la hija es cumplir la Palabra, lo que la conduce a dos cuadras de su casa, al mundo de los empobrecidos apiñados alrededor de una laguna apestosa, llena de dentudas palometas. En ese lugar donde el pobre no es, sino que está, y si está, está de más, Doris, día y noche, mira, escucha, consuela, alienta, anima, apoya, defiende, acompaña. No da cosas porque no tiene nada. Se da a sí misma, que es toda su riqueza. Formando un equipo con personas del barrio, Doris logra que los de la laguna se organicen, loteen sus terrenos, echen las bases de una cooperativa de habitación, en una palabra, se pongan de pie y se larguen a caminar sin más muletas.

De allí, Doris decide hacerse monja. Su viejo quiere morir. Ella quiere profundizar, explorar a fondo el mundo de la fe y terminar la carrera de abogada. Pero al cabo de unos años, dándose cuenta de que no cabe más en un convento, agarra para el monte - desde entonces se pone de apodo: “la cabra del monte”. Toma el camino hacia Bolivia y va a parar a un verdadero nido de cóndores, a más de 4 000m en las alturas, donde comparte con otras monjitas la vida y el trabajo duro de los campesinos kollas de aquella región. Se mimetiza con la gente, viste las polleras de las lugareñas, trenza su pelo como ellas y se encasqueta hasta los ojos el tradicional sombrero de fieltro que las caracteriza. Todos los días, junto a ese pueblo, que es famoso por su amor al trabajo, Doris cultiva y cosecha papas, y vive como todos en una choza de adobe con techo de paja. Es así cómo, a través de su vida, quiere dar testimonio de que Dios es kolla también.

Cada semana, Doris baja a la ciudad grande y depone sus atuendos de campesina para ir a asesorar a un tumultuoso sindicato que se está empantanando en una huelga indefinida. Para comer vende pancitos por la calle; en la noche duerme sobre un banco de la estación de ferrocarril.

Muchos, tildándose de cristianos, están convencidos de que la lucha por un salario justo, por la tierra y por el pan, por la salud, la educación y la vivienda, no tiene nada que ver con la religión. El cura del pueblo, que no es mala gente por otra parte, es uno de ellos. Un día, conmina a Doris y sus compañeras a que elijan entre liturgia y catequesis, o irse. Doris opta por irse.

Su comunidad religiosa la manda al Sahara… Al llegar allá, Doris se deja conquistar el corazón por los beduinos del desierto. Pero, temiendo que se haga musulmana, las monjitas la apartan de ese apostolado para confinarla a una obra más tradicional dentro de la institución. Doris no aguanta tres días, toma el avión y vuelve a Bolivia. Es así como la eterna novicia deja para siempre su sueño de monja. Continuará viviendo como laica comprometida, que ya es bastante.

De un humilde obispo de Bolivia acepta la carga pastoral de un pueblo abandonado en un rincón de su diócesis. En ese pueblito mitad quechua mitad guaraní, donde camba, kolla y criollo andan mezclados, se han dado cita todos los problemas congénitos de las poblaciones que nunca “caben” sobre el planeta. Para Doris es la alegría perfecta. Porque mientras más alto el monte, más contenta se pone la cabrita.

Cada día, Doris dedica largos ratos a la Palabra de Dios. El diálogo con la Palabra es vital para ella; es allí donde re-crea su ser y alimenta junto al Resucitado la llama que arde en su corazón. De allí las ganas que le salen para caminar junto al pueblo. Se ríe, llora, pelea, carnavalea con el pueblo. Pasa de la fiesta al velorio y luego del tren al aeropuerto para vender sus empanadas o sus dulces de papaya verde que le permiten sobrevivir. Por las tardes deletrea el guaraní con alguna viejita y por la noche discute sobre la reforma constitucional con un jefe político. Su vida no es ordenada, ni tranquila, ni planificada. Todo su quehacer le viene de la gente del pueblo. “Mi ley es la historia que este pueblo hace hoy, y yo soy co-creadora con ellos…”, escribe a sus amigos/as.

Además de modista y vendedora de dulces, es promotora de costura y promotora popular de salud. También trabaja en la formación de catequistas, anima grupos juveniles, impulsa pequeños cursillos de Biblia y, en todo momento, cultiva la amistad con toda la gente. Pero, mientras más trata de sembrar amor en el pueblo, más se encuentra enredada en historias de odios y enemistades que la obligan a tomar partido a favor de los pequeños en contra de los grandes. Así no deja de aumentar siempre un poco más el número de personas que la consideran indeseable en el pueblo.

Doris dedica gran parte de su tiempo a un grupo de mujeres pobres como ella, que no saben que son la fuerza más grande de la creación. Doris traza sendas en la conciencia de esas valientes compañeras de camino. De a poco un gran despertar se va dando en ellas y contagia al pueblo.

Pasan los años y llega un momento en que la que le puso alas a la comunidad se tiene que hacer a un lado para que la comunidad se acostumbre a volar por sí sola. Doris arma entonces sus pequeños petates y sin ruido toma un camino que la lleva a otro pueblo, situado a unos 40 Km. de la ciudad de Santa Cruz.

En ese pueblo, el único sustento de la gente depende de la fabricación de sombreros con fibras de la palmera de saó que son tradicionales y muy renombrados en la región. Pero corre la voz de que la tierra donde los tejedores se abastecen de fibras, podría privatizarse en cualquier momento. Y una mañana, efectivamente, el pueblo se despierta con que gran parte de la plantación de saó ha sido cercada. Ya los nuevos “dueños” venidos de la ciudad, han comenzado a hachar las palmeras para destinar la tierra a la ganadería. Entonces, sin fusil, sin machetes, sin palos, sin cascotes, salen los saoístas con Doris al frente a afrontar a los pretendidos nuevos dueños. La lucha trasciende. Llueven las denuncias contra el “terrorismo” de Doris. La acusan de transformar a la iglesia en una guarida del MAS (Movimiento al Socialismo) y de tratar con narcotraficantes. Arrecian los insultos y hasta las amenazas de muerte.

Pero la comunidad cierra filas detrás de Doris, la protege, la cuida, la defiende y…la sigue. No le permiten que coma un solo bocado sin antes probarlo ellos mismos, por miedo a que la envenenen. Con el apoyo del Instituto de Reforma agraria y del Ministro de Asuntos agrarios y también de algunas personas solidarias de la Argentina, Doris y su comunidad logran elevar al Congreso un pedido de protección de la palmera de saó. Créase o no, no mucho tiempo pasa antes que el mismo Presidente de la República, Evo Morales, llegue al pueblo y entregue la Ley de Protección de la Palmera ¡en las propias manos de los saoístas!

Unos meses después, un nuevo desafío convoca a la indómita Doris. Encuentra en los muchos campesinos desterrados en su propia tierra otro motivo al que dedicar su tiempo y su amor. Cuando se descubre que la tierra es un derecho natural y que, desde Abrahán, ese derecho es bendecido por Dios, la lucha por la tierra se convierte en una verdadera historia de salvación. Por lo tanto, hay que sanear los títulos de propiedad de la tierra. Esto significa enfrentarse con los terratenientes que, por la fuerza u otros medios oscuros, se han ido apoderando de la mayor parte de las tierras del pueblo. Pronto éstos la sindican como personera de Evo Morales, a quien le endilgan el mote de comunista y la pretensión de arrebatarles las tierras para quedarse con ellas. Las primeras 120 personas reciben finalmente sus títulos, pero la lucha no decae y la desconfianza sigue rondando sus esfuerzos porque el problema es inmenso e imposible de revertir en poco tiempo.

Sin embargo, nadie todavía ha logrado matar a Doris. Prueba contundente de que los milagros existen…

Por lo tanto, Doris sigue al frente de la comunidad de la gente del saó, dando testimonio en carne propia que la Palabra de Dios vive y que lo de Jesús resucitado no es cuento.